Por Hugo Vera, sdb
hvera@donbosco.org.ar
Confieso que, a esta altura del partido, no puedo evitar el “modo musicante” con el que se mueve mi cerebro. Apenas vi el afiche de nuestra mirada como Familia Salesiana de Argentina a la consigna del Rector Mayor para 2022, me vino de inmediato aquel temazo de la banda G.I.T., de los años ochenta: “Es por amor… que nunca voy a abandonarte… que al mundo yo le hago frente…si caigo me levanto siempre”.
La oportunidad que nos ofrece Don Ángel con esta memoria alegre, a la vez que empeñada, en volver a nuestra fuente —Francisco de Sales, “hacer todo por amor”—, nos toma en un aquí y ahora concreto, todavía sacudidos por la pandemia, anclados en una tozuda esperanza perfumada de evangelio: ¡Jesús vive… y así nos quiere!
Serán muchas, seguramente, las oportunidades y aportes que en este año nos ayuden a sacarle el jugo a esta propuesta. En Francisco de Sales, aunque nos separen de él 400 años, hay un fuerte núcleo de intuiciones espirituales, pastorales e inclusive de simple convivencia humana que tienen una vigencia impresionante. Supo proponer perspectivas adelantadas a cosas que hoy para nosotros son comunes, pero que en su tiempo abrieron camino para que todas las personas pudieran vivir con mucha más sencillez y aire fresco el mensaje del Evangelio.
Quisiera subrayar algunas de estas inspiraciones que, me parece, dialogan muy bien con aspectos de nuestra actualidad.
Supongo que a ustedes les pasará igual que a mí: hay acontecimientos que casi cotidianamente me provocan estremecimiento. Pibes asesinados por el simple hecho de “portación de cara”, como decimos; o pibas a las que se les arrebata la vida sólo porque son mujeres; o pueblos sumergidos brutalmente en la locura de la guerra por intereses mezquinos, la mayoría de las veces económicos.
Ante esta “naturalización de la violencia”, Francisco de Sales, comenta el Rector Mayor, nos anima, casi machaconamente, a apostar por la dulzura, la mansedumbre, el buen trato, la ternura en palabras, gestos y modos de ver a los demás. Don Bosco tomó claramente esta enseñanza y la tradujo para una pastoral con juventudes: “hacéte amar más que temer”, “que los chicos se den cuenta que se los quiere”, “no con golpes”.
Se me ocurre pensar que estas cosas, aunque a veces nos parezcan ausentes, son notas de algunas búsquedas culturales del tiempo en que vivimos: la sensibilidad femenina por la distribución más igualitaria de una “ética del cuidado”, de la atención a los otros, inclusive con tareas domésticas, pastorales, educativas que nos invitan a los varones a corrernos del lugar del poder, o del protagonismo; el tan necesario diálogo y acuerdo intergeneracional con las gramáticas juveniles que ayuda a desacoplar cierto adultocentrismo en lo familiar, lo eclesial, lo político.
Esta dulzura y concordia salesiana de Francisco de Sales hasta podría ser una clave, inclusive, en las relaciones entre los pueblos, lo que el Papa llama la “amistad social”, y que no es otra cosa que el deseo de fraternidad que Dios tiene en su corazón.
Pero podría correrse el riesgo de tomar estas intuiciones salesianas de manera estratégica, o como un mero empeño metodológico, exterior. Francisco de Sales se esfuerza en mostrarnos que no es así. La dulzura y amistad con la que nos relacionamos surgen de un muy profundo sentido y acto de fe: “Dios es el Dios del corazón humano”, nos dejó en sus escritos. O sea, la bondad está en el corazón desde siempre, en el corazón de las personas, allí habita. Solo hace falta ejercitarse en “mirar” al modo de Dios que late ahí.
De este modo, podríamos decir que amar es escuchar el corazón —el tuyo, el de los demás, el de Dios/Jesús— y obrar según la voz que en el corazón se insinúa: “Yo te quiero, vos me querés, quereme en las otras y otros”. Y eso nos lleva a querer a un animador, a los pibes, a mis hermanos o a mi familia porque puedo buscar, ver y creer lo bueno que hay en cada una y cada uno. ¿Te acordás de la canción de Eduardo Meana? “Lo bueno que hay en vos, ese milagro único que sos…”: ahí está, el Señor está ya anidando bondadosamente en el corazón de las personas —“de cada cual, en mí y en vos”—, y eso es lo que se ama dulcemente, su presencia amante y paciente en el corazón de todos.
Qué hermoso sería poder recuperar una propuesta de espiritualidad así, como lo hizo Don Bosco, partiendo de ese “punto cero”, creyendo en la bondad de Miguel Magone, de Juan Cagliero, de Maín, de tantas y tantos. Amar inclusive cuando tenemos las diferencias más profundas, de pensamiento, de opciones vitales, hasta de vivencias de la fe, y no “cancelar” a nadie —¡ni a uno mismo!—. Francisco de Sales, que es un pedagogo increíble, explica esto a quienes acompaña haciéndoles observar la naturaleza, tan diversa, hasta inclusive por momentos antagónica. En ella Dios sigue creando desde su amor. ¡Mucho más todavía en la vida y el corazón de las personas!
Y se me ocurre hacer un último resaltado sobre otra importante característica de la “paleta cromática” salesiana que nos trae la consigna de este año. En ella se subraya la importancia que Francisco de Sales da a la libertad en el camino de quienes quieren vivir amando. Para él es clarísimo que nada puede hacer bien si es hecho por obligación o por escrúpulo. Pero su modo de entender el “espíritu de libertad” como sendero hacia Dios realmente nos puede decir muchísimo hoy.
Vivimos tiempos en los que la libertad, que es un don precioso, también puede ser una gran trampa. Los aires “libertarios” de algunas propuestas actuales corren el riesgo de hacer de la libertad un monstruo sin límites, que se termina comiendo todo lo demás. Nada que ver con la propuesta de Francisco de Sales, en la que la libertad no es un fin, sino un medio. La libertad en Dios es la que abre al amor: somos libres “para amar”. Como decía The Police: “Si amas a alguien… déjalo libre”.
Es lo que el Señor ha hecho al crearnos, según Francisco de Sales, y es lo que estamos llamados a hacer también nosotros. Inclusive los medios, hasta aquellos muy importantes como las prácticas de oración o religiosidad, son nada ante un Dios Amante que nos quiere sin necesidad de que hagamos cosas para alcanzarlo. Solía repetir nuestro patrono: “No pedir nada, no rechazar nada”. Una santa libertad o indiferencia que solo vive “para amar”.
A lo mejor, pienso, Francisco de Sales nos diría ante cierta “dificultad” que tienen hoy las juventudes con las prácticas religiosas: “Tranqui, no impongas nada, aunque proponé siempre; fijáte cómo mantenerles el calor del corazón con experiencias en las que se sientan visitados/habitados por Jesús en el servicio a los demás, sobre todo a los más pobres. Haciendo con dulzura y libertad de corazón lo que tienen que hacer, están dando gloria a Dios”.
La invitación de la consigna de este año puede ser algo más que un simple evento para recordar el cuarto centenario de la muerte de alguien que inspiró mucho a Don Bosco. Podría ser, quizás, el llamado del Señor —y de aquellas y aquellos a los que Él nos envía— a calmar nuestra sed en vertientes de mayor frescura de Evangelio. Como decía El Principito: “Lo que embellece el desierto… es que esconde un pozo en cualquier parte”. (punto final)
BOLETÍN SALESIANO – MARZO 2022