El arzobispo de Córdoba, monseñor Ángel Sixto Rossi SJ, presidió la misa dominical desde la parroquia Virgen Inmaculada de la Montaña, del Barrio San Pablo, donde reflexionó sobre la parábola de las oraciones tanto del fariseo y el publicano.
“A veces en la Iglesia también se manifiesta un cuidado ostentoso, excesivo, casi obsesivo de la liturgia, de la doctrina. Está más preocupado por cuidar el prestigio de la Iglesia”, advirtió, y diferenció: “La Iglesia no necesita cuidar su prestigio; la iglesia se cuida con la caridad, no cuidando la imagen”.
“Este es el drama. No le preocupa que el Evangelio tenga una real inserción en el pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia; de tal manera que la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en un ámbito para pocos”, lamentó.
Monseñor Rossi consideró que con esta parábola “Jesús quiere ponernos en guardia también a nosotros hoy, del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos, como entonces para los fariseos”.
“Existe también para nosotros el peligro de creernos en lo correcto o, peor, a veces mejores que los demás por el solo hecho de observar las reglas, las costumbres; aunque no amemos al prójimo, aunque seamos duro de corazón, soberbios, orgullosos”, aseveró.
“La observancia literal de los preceptos es estéril si no cambia el corazón y si no se traduce en actitudes concretas. Lo decía (el santo cura) Brochero: ‘estos trapos que llevo encima’ no indican nada, si no tengo caridad. Si no tengo caridad, ni siquiera llego a cristiano, decía Brochero”, subrayó.
El arzobispo de Córdoba puntualizó que “Jesús, de esta manera, subraya el primado, el postulado del interioridad; es decir, el primado del corazón. Dios no mira las apariencias; Dios mira el corazón. No hace falta que yo se lo explique, muchas veces las apariencias engañan”.
“No son las cosas exteriores las que nos hacen santos, sino que es el corazón el que expresa nuestras intenciones, nuestras elecciones y el deseo de hacerlo todo por amor de Dios. Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en hondo del corazón”, concluyó.