Llegó LUJÁN… y como cada año se repetía en mi corazón la misma pregunta: ¿cómo ir a los pies de María?, ¿desde dónde y cómo acompañar a tantos jóvenes peregrinos? Y la respuesta no se hizo esperar. Asocié FRANCISCO y CENTU, y todo era más claro a la luz de la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10, 30-37).
El 17 de febrero de este año, al inaugurar un congreso sobre teología del sacerdocio, Francisco dijo que “el lugar de todo sacerdote está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo, en estrecha relación con la vida real de la gente, junto a ella, sin ninguna vía de escape». Por eso nos pidió a los curas: “estén cercanos a las personas para caminar no como un juez sino como el Buen Samaritano que reconoce las heridas de su pueblo, el sufrimiento vivido en silencio”.
¿Y Centu? Una maravillosa comunidad juvenil que conocí este año, llena de vida y de fe, de alegría y esperanza. Personas heridas que, como el hombre del Evangelio, han sido atacadas, mal heridas y dejadas al borde del camino hasta que pasara por allí un buen samaritano. Jóvenes entusiastas y valientes. Soñadores de una sociedad más unida en dónde la Iglesia Católica y la comunidad LGBT+ sean signo de encuentro y enriquecimiento mutuo en la diversidad… Y desde hace unos meses decidí sumarme a tantísimos otros curas y monjas que acompañan estas comunidades.
La respuesta a la pregunta inicial resultó clara al resonar en mi corazón el último versículo de aquella parábola: “¡Andá y hacé vos lo mismo!” Y allí fui. Si los quería acompañar, había que jugarse de verdad. Primero llegué a Rodríguez; allí estaban ellos con su amable y sincera sonrisa identificados por un cartel que rezaba: “Más puentes – Menos grietas”. Guitarra, pulseras arco iris y folleto en mano, junto a una cajita donde quienes quisieran podían poner nombres de personas que se hayan alejado de Dios o de la Iglesia por sentirse marginados debido a su identificación sexual; cajita que sería llevada a los pies de María, en Luján. Después de unos mates me sumé a la movida: aproveché a acercarme a curas y monjas que iban caminando, preguntándoles si conocían a Centu… La sorpresa fue que muchos lo conocían… y los que no, se interesaban en acercarse y conocer… Pero la frutilla del postre fue un Buen Samaritano que se detuvo en el camino: era Gabriel Mestre; sí, el mismísimo Obispo de Mar del Plata; iba caminando junto a los jóvenes de su Diócesis… Gabriel pasó, vio el cartel, se detuvo, miró a los chicos, los miró a sus ojos y les dijo con voz fuerte que sonaba a grito: “¡Los conozco; sé lo que hacen; vi el video. No se detengan; adelante. Tengan fuerza y no se desanimen”… Les dio su bendición y continuó caminando junto a su pueblo marplatense, joven y peregrino…
Luego, cuando ya desapareció el sol, continuamos a Luján para abrazar y bendecir a tantos Centu que iban llegando… Dentro de la Basílica me conmovió hasta las entrañas la fe de esos jóvenes expresada en lágrimas, oración profunda y abrazos que pedían la bendición de la Madre de la mano del primer cura que se les cruzara en el camino. Feliz y renovado por haber vivido un Luján diverso a todos los anteriores. Gracias, Centu, por el testimonio, por la valentía, por aceptarnos, acompañarnos y recibirnos a nosotros, que somos diversos a ustedes, pese a que muchas veces nosotros no los hemos aceptado, ni acompañado, ni recibido… simplemente por ser diversos. Perdón y gracias.
Juan Francisco Tomás sdb, 3/10/2022