Por Zamira Montaldi
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En la canción “El amor después del amor” hay una frase central que parece perderse en lo casi imperceptible. La duración del tema es de cinco minutos, trece segundos; promediando la pista musical, se escucha “Nadie puede y nadie debe; vivir, vivir sin amor”. Esas palabras, que se diluyen en el coro de quienes las recitan y, a las que Fito nunca le pone su voz, se vuelven el fundamento para comprender el valor que tiene la serie – que podrá gustar más o gustar menos- y la vida.
En abril pasado, la plataforma Netflix, estrenó una biopic sobre Fito Paez. Durante ocho capítulos se relata la infancia, adolescencia y juventud del cantante rosarino hasta su consagración en el año 1992, con la presentación del disco más vendido del rock nacional: “El amor después del amor”.
La serie cuenta con una estructura narrativa ágil y con una acertada construcción de la década de los ochenta que conmueve y promueve un sentimiento de nostalgia que reconforta. Aparecen personajes que recrean canciones que nos invitan a volver a mirar nuestra historia y recordar qué era de nosotros en ese tiempo: con quiénes estábamos, qué nos preocupaba, qué soñábamos y, por qué no, en qué queríamos “gastar” la vida. Por lo tanto, la serie, se vuelve un estallido de significados en donde, cada uno de los espectadores, puede elegir de esa paleta el color que más le atraiga.
Asimismo, hay una trama que está invisibilizada, un surco en el guión que se vislumbra pero que, para abordarse con profundidad, hay que observar con agudeza. El personaje principal de “El amor después del amor” no es sólo alguien que fue parte de la banda de Charly García, ni quien compuso un disco con Luis Alberto Spinetta. Tampoco quien se cansó de llenar teatros icónicos y estadios de fútbol porque muchas de sus canciones prontamente se convertían en parte de la cultura popular.
Fito Paez es mucho más que esas circunstancias. Es la historia de un renacido. A los ocho meses quedó huérfano de madre. Estando en la cima de su fama, en una de las tantas que ha experimentado en su carrera, asesinan a sus abuelas, las mujeres que lo habían maternado: sus dos mamás. Como si fuera poco, al no encontrar pistas sobre el hecho, se lo busca culpabilizar plantando droga en la casa en donde sucedió la matanza. Quedaba instalada en la opinión pública una pseudo culpabilidad: “en algo Fito se habrá metido”.
Inconmensurable dolor para una sola persona. Muchos tajos atraviesan su historia: sigue transitando momentos de caos, gloria, oscuridad, éxitos, tumbas y altares. Y frente a eso, Fito se levanta, emerge, renace, resucita. Y es aquí en dónde radica la fuerza de lo que la serie nos muestra: el músico sigue tocando.
La serie se basa en su propias memorias, y es evidente la mirada amorosa y, por momentos edulcorada, con la que él mismo narra distintos episodios de su vida. La posibilidad de reconstruirse, la fuerza de su emerger, nos dice algo. ¿Cuál es el dínamo que lo permite?
Hace unos meses le hicieron una entrevista en profundidad. Allí, un poco en chiste, el periodista le pregunta “Dicen que sos mejor “ex” que pareja. Terminás bien con todas tus mujeres: Fabiana Cantilo, Cecilia Roth, Romina Ricci… ¿Cómo haces?”. Fito lo mira, y sin reírse responde “¿Sabés que pasa? Mi madre se muere a los ocho meses. Siento rápido que significa la ausencia. Lo veo en mi papá. En mis abuelas. En mi familia. Entiendo ese dolor, lo capto. Lo siento en la atmósfera, está allí en el aire. Después asesinan a mis abuelas en Rosario. Obviamente; el dolor te lleva a querer cortar todos los hilos. Pero, en definitiva, lo único que queda en el mundo, es abrazarse y compartir un rato. Lo único que nos queda es querernos. Hay algo que trasciende y que hace mucho bien: el amor por encima de todo”.
Estos pequeños grandes detalles son los que elevan la serie y los que nos llevan a pensar en nuestros propios renaceres, y en porqué, sin dudas, “nadie puede y nadie debe, vivir, vivir sin amor”. Sin amor, no hay resurrección posible.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JUNIO 2023