Convertíos y creed en el evangelio
(Marcos 1,15)
En febrero entramos en el tiempo de Cuaresma, una vez más, a través de la puerta del Miércoles de Ceniza. Dios nos ofrece la posibilidad de renovar nuestra vida, de volver a fiarnos de Él. La invitación de Jesús va dirigida personalmente a cada uno, en el momento de la imposición de la ceniza: “Conviértete y cree en el evangelio”.
Es algo así como: “¡Sé que podés hacerlo mejor, fiate de mi Palabra, fiate de mí!”.
Si meditamos en profundidad la invitación nos daremos cuenta de que lo que nos está diciendo es que sólo quien se fía, quien confía, de la Buena Noticia de Dios, anunciada por Jesús, podrá ser capaz de realizar un cambio profundo de su vida. Nuestras propias fuerzas e intentos no bastan. Nadie se cambia a sí mismo para llevar una vida cristiana más unida a Dios sin la ayuda de Dios mismo.
“Conviértete y cree en el evangelio” se transforma así en un “Dejá que Dios te cambie una vez más, así que fíate de Él”. Fiate a través de la oración, para unirte cada día más a Él; a través del ayuno, para dejar de lado lo que no necesitás o aquello a lo que das más importancia que a Dios; a través de la limosna que, en sus orígenes, era un servicio generoso a quien lo necesitara, sin pedir nada a cambio, y que luego se transformó en una simple contribución económica.
Tres prácticas, oración, ayuno y limosna, que nos hacen vivir teniendo a Dios como Padre, a quien oramos en la intimidad, como todo aquello que podemos necesitar por encima de las cosas materiales y como modelo generoso que lo da todo por nosotros.
El camino de Cuaresma nos llevará a la Pascua y lo recorreremos junto a Jesús. Él es el maestro de oración que nos enseña a orar; Él es la Palabra que alimenta nuestra vida cristiana, mientras ayunamos de otras cosas superficiales; Él es el que nos va a dar, no una limosna, sino su propia vida por amor.
Por eso, como gesto de aceptar su invitación a la conversión, como compromiso para iniciar este recorrido personal y comunitario de transformación, te invito a que, si te acercás a recibir la ceniza, con humildad y decisión, al escuchar las palabras “conviértete y cree en el evangelio”, respondas en tu interior “¡Amén!”. Es decir, “me fío”.