En 2008, el escritor uruguayo Pablo Vierci, escribe “La sociedad de la nieve”, libro que tiene la originalidad de reunir el testimonio de los dieciséis sobrevivientes de un equipo de rugby cuyo avión se estrelló en la Cordillera
de los Andes. Y en ese libro se inspira Juan Bayona para esta película que ha logrado una difusión extraordinaria, y que ha vuelto a poner en la mesa lo
que fue aquella experiencia. Para muchísimas personas que desconocían la historia, el cine les ha dado la oportunidad. Y por la repercusión que ha tenido, parece que no ha fallado.
No sólo se trata de conocer, de saber que aquello pasó y todo lo que supuso de sufrimiento y de superación. Quienes vimos la película conectamos con los protagonistas. Y quienes supimos un poco más de la historia nos sentimos movilizados y de alguna manera nos habremos preguntado: ¿qué hubiera hecho yo? ¿cómo me hubiera sentido en esa situación?
Sólo el que pasa hambre o sed, o siente su propia muerte como algo que puede darse en cualquier momento, es el que sin duda atraviesa una experiencia límite.
En la cordillera se sumó el más gélido de los fríos, a la angustia de aquellos jóvenes. Nunca estuvo en sus planes ir a la nieve. La cordillera era apenas un lugar que debían saltear, nunca se imaginaron que sería su prisión o refugio.
Carlos Páez escribió el libro “Después del día diez” donde repasa aquellos 72 días. En el décimo día se enteraron por la radio que La Fuerza Aérea decidió suspender la búsqueda hasta el verano, para que derretida la nieve, se pudiera simplemente ir en búsqueda de los restos mortales. Ya nadie los busca, dependen de sí mismos. Eso que en un primer momento los derriba, es lo que al mismo tiempo despierta la acción de buscar por sus propios medios la vuelta a casa.
En la primera entrevista que le realizan a Roberto Canessa, uno de los dos que encontró al arriero que dió inicio al rescate, poco antes de que vayan a asistir a sus compañeros en las montañas, remarcó que “hay que tener fe en Dios, que es lo que une a la gente. Y fe en las cosas simples de la vida”. Cincuenta años después, el mismo Canessa, completa su idea durante otra entrevista: “Me fui dando cuenta que soy un mal cristiano, que la sociedad te paganiza y que el confort te destroza todo lo espiritual (…) Y en la montaña, que teníamos que vivir como animales, éramos espiritualmente elevadísimos”.
Por su parte, otro de los sobrevivientes, Gustavo Zerbino manifestó cómo vivieron la presencia de Dios en la cordillera. “Nosotros en la cordillera conocimos un Dios bondadoso. A pesar de todo lo que pasaba Dios estaba contigo, te aceptaba, te acompañaba. Estaba presente en la persona que te masajeaba los pies para que no te mueras congelado. Ahí hicimos esa sociedad solidaria que se llama «la sociedad de la nieve» donde todas las noches le rezábamos a la Virgen. Le pedíamos fuerzas o le agradecíamos, porque habíamos sobrevivido ese día, aunque de repente había habido un alud y habían muerto ocho personas. Agradecíamos igual a pesar de las cosas malas»
“Yo siento que mi relación con la Virgen empezó en la cordillera de los Andes. De repente advertí que cada vez que quería empezar a rezar, rezaba Ave Marías (…) Hablaba con Ella. Rezaba con Ella. Le pedía cosas a Ella”, contaba Fernando Parrado, mejor conocido como “Nando”, el otro sobreviviente que pudo dar aviso.
En el mundo de las noticias, desde hace muchos años la palabra “rugbier” aparece ligada a violencia grupal, a abuso de poder sobre otros y a muerte. No deja de ser significativo que gracias a esta historia recuperemos el término
rugbier como algo asociado al sentido de pertenencia a un grupo, a las aptitudes para enfrentar desafíos, a la capacidad de autodisciplinarse para bien de los otros.
Los planes de aquellos rugbiers se fueron a pique con el avión. Nunca llegaron a la ciudad de Santiago donde los esperaba un desafío deportivo, y seguro algo de diversión en medio de un fin de semana largo. La caída del avión los arrancó de sus planes y de su zona de confort.
Vivimos inmersos en una cultura del sálvese quien pueda. El individuo está por encima de todo, y eso debilita el interés por el bien común y la búsqueda del propio bienestar hace perder de vista a los otros, a la sociedad. Nuestra insistencia en sabernos comunidad, la permanente invitación a trabajar en equipo, ¿son llamadas a las que les presto real atención? ¿Cómo podemos generar mayor participación y colaboración?
Que los sobrevivientes hayan tenido que alimentarse del cuerpo de sus propios compañeros es sin duda algo extremo, y sólo entendible para aquellos a los que les tocó estar allí. Pero a la vez, eso que puede resultar inicialmente chocante, fue símbolo de la entrega que cada uno hizo de sí mismo a los otros. “No hay mayor amor que dar la vida por los amigos”. Lo dijo Jesús. Estuvo anotado en un pequeño papel que circuló entre los habitantes de ese fuselaje. En mi realidad cotidiana, ¿de qué manera doy la vida por los otros? ¿cómo imito a Jesús que fue servidor de todos y que entregó su vida por los demás?
Desde chicos sentimos que la Virgen es Auxiliadora. Pero la vida nos lleva a veces a situaciones donde ese modo de llamarla cobra muchísima más fuerza y sentido. Nos toca en ocasiones una cruz o el dolor de una caída que nos hacen clamar desde lo más hondo por la presencia y protección de nuestra madre. ¿Cómo cultivo mi relación-devoción a María? ¿Cuáles son las ocasiones, lugares o actividades, donde percibo que tengo con Ella una mayor cercanía?