En la homilía, monseñor Carrara afirmó que “el Evangelio del lavatorio de los pies nos desafía a poner el mundo al revés, patas para arriba”.
“Nuestro mundo hoy está construido según el modelo de la pirámide. En la cima se encuentran los poderosos, los inteligentes, los ricos; son los llamados a gobernar y a guiar”, describió y diferenció: “En la base de esa pirámide está muchas veces, los migrantes, los cartoneros, los que están fuera del mercado laboral y si miramos alguna de nuestras villas porteñas: los chicos y chicas que en los pasillos fuman paco”.
“En el Evangelio vemos a Jesús ocupando el lugar de una persona de esa base de la pirámide, el lugar de esas vidas que muchas veces parecen estar de sobra, incluso esas personas que son consideradas feas, molestas, sobrantes y se busca cómo sacárselas de encima”, advirtió.
El vicario general porteño señaló que “el Señor, paradójicamente, quiere estar en ese lugar. Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica con los más pequeños”.
“Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles; pero en el vigente modelo exitista y privatista parece no tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados, puedan abrirse camino en la vida”, cuestionó
“Jesús vino a transformar el modelo de la sociedad: de la pirámide al modelo del cuerpo. En el cuerpo cada persona tiene un lugar, cada una depende de la otra, cada una es llamada a descubrir y realizar su misión para el bien del cuerpo”, graficó y agregó: “Y los miembros del cuerpo que son más débiles, son tratados con mayor delicadeza, porque cada persona es sagrada, irrepetible y única”.
Monseñor Carrara recordó que “Jesús les pide a sus discípulos y a nosotros que queremos seguirlo de cerca: hagan esto entre ustedes, hagan esto entre los más pequeños, lávense los pies los unos a los otros” y precisó: “Esto no es otra cosa que decir. ‘ámense los unos a los otros, así como yo los he amado; en esto todos los reconocerán como mis discípulos, en el amor que se tengan los unos a los otros”.
“La medida del amor es el amor sin medida, es amar y servir, de eso se trata nada más ni nada menos”, subrayó.
“La Semana Santa nos muestra una imagen contraria a la del lavatorio de los pies. La de Pilato lavándose las manos. Éste piensa que de esta manera deslinda su responsabilidad frente a la situación, pero tristemente se vuelve cómplice de la misma y pasa a la historia por lavarse las manos”, señaló y consideró: “Es una imagen fuerte, ya que cada vez que pasamos de largo frente a los más pequeños, nos convertimos en discípulos de Poncio Pilatos al lavarnos las manos”.
El obispo auxiliar señaló que “Jesús al ocupar el lugar de los últimos en la fila y ahí lavar los pies de sus discípulos, nos enseña que del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva”.
“El triduo pascual con el que entramos con esta celebración es una bella ocasión para acercarnos al sacramento de la Reconciliación. Pidamos la gracia de ver que, a veces, me comporté lavando los pies o dejándome lavar; y, otras veces, me lavé las manos frente al sufrimiento del hermano”
“Como dice Francisco: ‘El Señor no se cansa nunca de perdonar, nunca. Somos nosotros los que nos cansamos de querer ser perdonados’”, concluyó.