Cada vez más conectados. Cada vez más solos

Cada vez más conectados. Cada vez más solos

Cada vez más conectados. Cada vez más solos

Nomofobia: la ansiedad ante la falta de un celular.

Te olvidaste el celular en tu casa y ya estás arriba del colectivo. La primera sensación: un calor te recorre el cuerpo, pensás en bajarte a buscarlo y llegar tarde a la escuela, al trabajo, al médico; o permanecer sin ese objeto todo el día. Esto que le puede pasar a cualquiera, genera una situación de ansiedad provocada por la dependencia a un artefacto que nos resuelve muchas situaciones de la vida cotidiana. Un estudio denomina a este malestar “nomofobia” y el 55% de las personas encuestadas afirmó que en realidad su temor es a sentirse “aislados” ante posibles llamadas de familiares o amigos. 

A casi 20 años de existencia de Internet 2.0 —el inicio de las redes sociales, donde podemos ser a la vez productores y consumidores de contenidos— también queda muy claro que el celular, gran mensajero, nos condiciona más de lo que podemos evidenciar. Nos hemos creado la ilusión de que estamos conectados mediante su uso, hiperconectados; mientras tengamos batería, internet y memoria, todo puede marchar bien. ¿Pero es solamente una ilusión?

“Nadie me escucha”

Somos contemporáneos a ocho billones de personas, la mitad usa redes sociales asiduamente, circulamos por las mismas avenidas de contenidos, marcas, modas. No hace falta movernos del sillón para saber quién es el presidente de tal país de Asia, o cómo fue el resultado de un partido de la liga de Islandia. Y sin embargo, aún en este empacho de contactos que se vinculan sistemáticamente; aún viviendo en un país democrático con libre expresión, en una cultura latina diversa y amigable; aún así una de las frases que más angustia genera es “nadie me escucha”.

La clave está en cuántos de estos vínculos nos llenan, nos hacen sentir plenos, nos provocan a ser mejores.

Somos cientos de miles de personas frente a un dispositivo móvil buscando información, diversión y alguien que esté del otro lado. Es cierto que hay muchas respuestas que van y vienen, grupos de encuentros, más personales, más sociales. La clave está en cuántos de estos vínculos nos llenan, nos hacen sentir plenos, nos provocan a ser mejores. 

El antropólogo Robin Dunbar realizó la misma investigación cuando aún no existían las redes sociales y hace unos años. Su objetivo era estudiar el comportamiento humano, conocer cómo nos relacionamos. Una de sus conclusiones es que nuestro círculo de amigos íntimos se reduce a cinco personas; que podemos tener un grupo de conocidos de alrededor 500 personas, pero mantenemos relaciones con sólo 150 de ellas que se transforman en nuestros contactos más significativos. Sobre el resto sólo vamos conectando por su información mínima. La diferencia es que —con la aparición de las plataformas virtuales en nuestra cotidianeidad— aún seguimos acercándonos a unas 150 pero como esos lazos se han vuelto más efímeros, quizá no llegamos a profundizar esa amistad con casi nadie.

Dedicar tiempo

Lo que nos define entonces es la posibilidad de pasar más tiempo de calidad juntos, esos momentos que nos ayudan a conversar, a reflexionar sobre la vida, a reírnos o diferenciarnos de otros pero dentro de un ambiente de compartir sano. Para fortalecer los vínculos que deseamos, entonces, solo basta una clave indispensable: dedicar tiempo. Una vez por semana sería suficiente para el grupo más cercano, y el resto cada dos semanas, podría ser un buen ejercicio. Sucede que al releer esta investigación y observar nuestra agenda, la conclusión es evidente: “no me alcanza el tiempo”. 

Lo que nos define entonces es la posibilidad de pasar más tiempo de calidad juntos, esos momentos que nos ayudan a conversar, a reflexionar sobre la vida, a reírnos dentro de un ambiente de compartir sano.

La variable a analizar sería en qué estamos invirtiendo nuestras horas, días y resolver por semana cuánto de “ahorro” estoy dispuesto a concederle a los vínculos que más me interesan: las amistades, la pareja, la familia o los contactos menos cercanos. 

En un ejercicio de memoria histórica, si viajamos al patio del oratorio, en muchas anécdotas que conocemos Don Bosco siempre estaba presente, ¿cómo hacía con su tiempo? Si era responsable de cientos de jóvenes, una parroquia, un hogar, empleados, otros sacerdotes, los trámites de la curia, pero su disponibilidad a los jóvenes era su prioridad. Justamente porque el tiempo que brindaba era gratuito, los hacía y nos hace sentir importantes. 

Si viajamos al patio del oratorio, en muchas anécdotas que conocemos Don Bosco siempre estaba presente, ¿cómo hacía con su tiempo?

Entendemos que nuestro ritmo de vida hoy no sea el mismo, sin embargo siguen existiendo ciertos refugios de momentos compartidos. Las reuniones del centro juvenil, el partido de fútbol con amigos, los campamentos del Batallón, la salida solidaria en fin de semana, el encuentro del taller de música, todos son ese cobijo necesario. Cada uno de estos espacios son recordatorio constante de que es posible sentirnos menos solos. Al fin y al cabo, todos estamos haciendo el intento de superar el vacío que llevamos; las plataformas digitales, las redes, la mensajería nos hace presente que los otros están ahí, ¿cuán dispuesto estoy a dejarlos acercarse?

Guía breve para la sociabilidad

  • Nuestro celular es útil para muchas cosas, pero para lograr vínculos más sanos, es mejor priorizar la comunicación cara a cara. Inventemos algunos momentos libres de pantallas donde podamos hacer foco en quien tenemos enfrente.
  • Los diálogos presenciales no se pueden editar, ni son audios que se pueden borrar. Tal como en un juego que algunos apuestan y otros miran, podemos ser los que nos animemos a arriesgar. Jugar con las ideas de una conversación incierta, en esos ratos creamos intimidad.
  • Darnos permiso de ser espontáneos, sin tantos filtros, retoques o máscaras. Las investigaciones también comprueban que son más aceptados socialmente quienes parten de sus vulnerabilidades.

De niños no teníamos vergüenza al preguntar “¿querés ser mi amigo/a?” y a medida vamos creciendo, los prejuicios nos limitan. Busquemos el modo de volver a ofrecer nuestro tiempo y amistad con aquellos que nos sentimos más cómodos.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA

 

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