«Me enojé con Dios» Y fue una manera de rezar

«Me enojé con Dios» Y fue una manera de rezar

«Me enojé con Dios» Y fue una manera de rezar

Por Alejandro Jorrat
ajorrat@donbosco.org.ar

 

Es probable que en algún momento hayamos oído hablar de diferentes formas de oración: la oración de bendición o de adoración, la oración de petición, la oración de intercesión, la oración de acción de gracias, y la oración de alabanza. En todas ellas se expresa, justamente por ser una relación de amistad, un modo de estar y diversos sentimientos de la persona que reza: alegría, preocupación, miedo, confianza, culpabilidad, esperanza.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando por diferentes situaciones cedemos el control de esa relación al enojo, a la bronca, a la indignación? Para responder esta pregunta, nuevamente, jóvenes de distintas regiones del país, compartieron sus experiencias de distanciamiento y enojos con Dios. Además, reflexionaron si estos momentos habían sido para ellos una posibilidad de aprendizaje o crecimiento.

Distintos motivos, el mismo enojo

Frente al sentimiento de enojo para con Dios, pueden aparecer distintas reacciones, condicionando nuestro modo de relacionarnos con Él. Me enojé con Dios cuando murió mi abuela. Durante mucho tiempo sentía rechazo con todo lo referido a Dios, no queriendo entrar en contacto con Él ni con ningún tipo de celebración”, expresa Martín.

Hace un tiempo era común escuchar –y lamentablemente todavía hoy sigue ocurriendo– que no correspondía o no podíamos enojarnos con Dios, que estaba mal, privando a nuestra relación con Él de una cuota de realidad. En el caso de Juan, su enojo con Dios surgió cuando su papá quedó de repente e
injustamente sin trabajo: “Todos en casa pasamos una situación de mucha necesidad. Quería rezar pero solamente me salían reproches, explica.

“Tomé distancia de Dios y de la religión cuando a mi hermana le diagnosticaron una enfermedad complicada. Frente a esta situación mi reacción fue la indiferencia en todo lo referido a Dios”, comparte Paola.

Otra reacción puede ser la de pensar o creer que nuestro sentimiento de enojo condiciona la manera en que Dios nos mira y acompaña. Él no se enoja con nosotros cuando nos enojamos con Él, no toma distancia cuando nos distanciamos, no deja de hablarnos y de escucharnos cuando a nosotros se nos hace difícil –casi imposible– hacerlo. Lo que puede ocurrir es que a veces priorizamos nuestro enojo y olvidamos su paciencia y misericordia.

Y después, ¿qué?

Respecto a la pregunta sobre los posibles aprendizajes a partir de esas experiencias, Martín comentaba: “Con el paso del tiempo fui reconectando, pasando del dolor de la pérdida al agradecimiento por lo vivido. Creo que mi
relación con Dios se hizo más real 
después de esto”
.

Pablo afirmaba “No sé si ha cambiado mi relación con Dios; pero sí puedo sostener que esa situación nos ha unido mucho como familia. En el caso de Paola, ella misma reconoce que cuando empezó a poner en palabras la bronca y el dolor se fue sintiendo más libre. “La situación de mi hermana cambió mi manera de ver las cosas y de relacionarme con los demás, también con Dios. Dejó de ser algo lejano, para hacerse alguien a quien decirle las cosas como me salen”.

Expresar enojo en la oración es acercarse a Dios con lo que hay en el corazón.

El título escogido para este artículo “Me enojé con Dios y fue una manera de rezar” no busca proponer el enojo como la condición de posibilidad para la oración, sino como un elemento que puede aparecer en el camino. No se trata de quedarse en el enojo, sino en la posibilidad de ponerlo en palabras, de expresarlo. Es acercarse a Dios con lo que hay en el corazón, renunciando a las valoraciones morales, poniéndonos frente a Aquel que siempre nos mira con amor.

El enojo puede expresar nuestra propia frustración, nuestro propio dolor, nuestra propia impotencia, deseo, sufrimiento, necesidad, incomprensión. No se trata del enojo en sí, sino en la forma de transitarlo, con la certeza de Su presencia al lado, sosteniendo, acompañando, perdonando, iluminando, convirtiéndolo en oportunidad de sanar, madurar, purificar nuestra relación con Él, nuestra oración.

 
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