“Si se rezara más y se murmurase menos”, “tantas puertas que nos separan se abrirían; tantas cadenas que paralizan, caerían”, advirtió el papa Francisco en la misa celebrada hoy en la basílica vaticana en el día que la Iglesia dedica a los santos apóstoles Pedro y Pablo.
"Dos figuras muy distintas” -explicó Francisco- que “discutieron de un modo muy animado”, “dos personas de lo más diferentes entre sí, pero que se sentían hermanos, como en una familia unida, donde muchas veces se discute pero siempre se ama. Sin embargo, la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor” “que no nos mandó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos”.
Así era la primera comunidad cristiana en el momento de la persecución. “Aún en este momento trágico, nadie se da a la fuga, nadie piensa en salvar su pellejo, nadie abandona a los demás; por el contrario, todos rezan unidos. De la oración obtienen el coraje, de la oración proviene una unidad más fuerte que cualquier amenaza”. Y “en esas circunstancias dramáticas, nadie se queja del mal, de las persecuciones, de Herodes”.
“Es inútil, e incluso aburrido, que los cristianos gasten tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada”. “Recordemos que las quejas son la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo, como les he dicho en el día de Pentecostés: la primera es el narcisismo; la tercera, el pesimismo. El narcisismo te lleva al espejo, a mirarte continuamente; al desaliento, a las quejas; al pesimismo, a la penumbra, a la oscuridad. Estas tres actitudes cierran la puerta al Espíritu Santo. Aquellos cristianos no culpaban, sino que rezaban”.
“Pidamos la gracia de saber rezar unos por otros. San Pedro exhortaba a los cristianos a rezar por todos y, ante todo, por quien gobierna. “Pero este gobernante es…”, y los calificativos son muchos; yo no los diré, porque no es el momento ni el lugar para decir los calificativos que se oyen sobre los gobernantes. Que los juzgue Dios, pero ¡recemos por los gobernantes! Recemos: ellos necesitan de la oración. Es una tarea que el Señor nos encomienda. ¿Lo hacemos? ¿O bien hablamos, insultamos, y allí queda todo? Dios espera que cuando recemos, nos acordemos de quien no piensa las cosas como nosotros, de quien nos ha cerrado la puerta en la cara, de aquellos a quienes nos cuesta perdonar. Solo la oración disuelve las cadenas, como le pasó a Pedro; solo la oración allana el camino a la unidad”.
La unidad a la cual se refiere Francisco está especialmente unida a la solemnidad de Pedro y Pablo. En este día concurre a Roma una delegación del Patriarcado ecuménico. Hoy no está presente, pero esto es debido a la pandemia, tal como explicó el Papa. Hoy también es el día en que el Papa bendice los palios, símbolo de unidad, que son entregados al decano del Colegio Cardenalicio y a los arzobispos metropolitanos nombrados en el transcurso del año. Y hoy es el día en el que la estatua de Pedro, en la basílica vaticana, es ataviada con las insignias episcopales.
El mundo necesita profetas
La segunda palabra en la que hoy se detuvo Francisco fue la profecía. “La profecía nace cuando uno se deja provocar por Dios: no cuando se gestiona la propia tranquilidad y se tiene todo bajo control. Cuando el Evangelio derriba las certezas, surge la profecía. Solo quien se abre a las sorpresas de Dios, se vuelve profeta. Y ahí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es «el Cristo, el Hijo de Dios vivo»; Pablo anticipa el final de su propia vida: «Solo me falta la corona de justicia, que el Señor me concederá»”.
“Hoy tenemos necesidad de la profecía, pero de la verdadera profecía: no de palabras vacías, que prometen un imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No necesitamos manifestaciones milagrosas. Me viene un dolor cuando oigo proclamar: ‘Queremos una Iglesia profética’. Bien. ¿Qué haces, para que la Iglesia sea profética? Empieza a servir, y haz silencio’. No teoría, sino testimonio. No precisamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nosotros, sino gastarnos por los otros; no [precisamos] el consenso del mundo, estar bien con todos – como solemos decir: “estar bien con Dios y con el diablo”, estar bien con todos –; no, esto no es profecía. Sin embargo, necesitamos de la alegría, por el mundo que habrá de venir; no de esos proyectos pastorales que parecen tener en sí su propia eficiencia, como si fuesen sacramentos, proyectos pastorales eficientes, no, pero sí necesitamos pastores que den la vida: [necesitamos] enamorados de Dios. Así fue como Pedro y Pablo anunciaron a Jesús: enamorados.
“Jesús – fue la conclusión de Francisco - profetizó a Pedro: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’. Para nosotros también hay una profecía similar. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús promete a sus testigos fieles «una piedra blanca, con un nombre nuevo grabado en ella» (Ap 2,17). Así como el Señor transformó a Simón en Pedro, de la misma manera nos llama a cada uno de nosotros, para convertirnos en piedras vivas con las cuales construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre está el que destruye la unidad y apaga la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: ¿Quieres ser constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?’ Dejémonos provocar por Jesús y hallemos el coraje de decirle: ‘¡Sí, quiero!’”.