“Estamos llamados a creer en la resurrección no como una especie de espejismo en el horizonte, sino como algo que está presente y nos involucra misteriosamente ya desde ahora”, dijo el papa Francisco esta mañana, en la homilía de la misa celebrada en la Basílica de San Pedro en memoria de los 6 cardenales y 163 obispos fallecidos este año.
El pontífice recordó el pasaje evangélico de Juan, en el que el evangelista relata la autorrevelación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre».
El Papa aseguró que “la gran luz de estas palabras prevalece sobre la oscuridad del profundo duelo causado por la muerte de Lázaro” y “traen la esperanza de Marta del futuro lejano al presente: la resurrección ya está cerca de ella, presente en la persona de Cristo”.
El Papa además afirmó que esta revelación de Jesús “hoy nos interpela a todos” y es por ello que “estamos llamados a creer en la resurrección no como una especie de espejismo en el horizonte, sino como algo que está presente y nos involucra misteriosamente ya desde ahora”. Aun así, añade, “esta misma fe en la resurrección no ignora ni enmascara el desconcierto que humanamente experimentamos ante la muerte”.
“Hoy, por lo tanto –dijo el Santo Padre– es a nosotros a quienes el Señor nos repite: «Yo soy la resurrección y la vida» y nos llama a renovar el gran salto de fe, entrando ya desde ahora en la luz de la resurrección”.
De hecho, el Papa aseguró que cuando se produce este salto, “nuestra forma de pensar y ver las cosas cambia. La mirada de la fe, trascendiendo lo visible, ve en cierto modo lo invisible y cada evento se evalúa entonces a la luz de otra dimensión: la de la eternidad”.
Más tarde el pontífice habló sobre el pasaje del Libro de la Sabiduría: «Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma». Francisco explicó que desde la perspectiva de la fe, “esa muerte no se presenta como una desgracia, sino como un acto providencial del Señor”.
El Papa exhortó a pedir al Señor que nos ayude a considerar su parábola existencial de la manera correcta: “Le pedimos que disuelva esa melancolía negativa que a veces nos penetra, como si todo terminara con la muerte”.
“Es un sentimiento alejado de la fe –añadió– que se une al miedo humano de tener que morir, y del que nadie puede decir que es completamente inmune”. Además aseguró que precisamente por esta razón, ante el enigma de la muerte, el creyente debe convertirse continuamente: “Cada día estamos llamados a ir más allá de la imagen que instintivamente tenemos de la muerte como aniquilación total de una persona; a trascender lo evidente, los pensamientos sistemáticos y obvios, las opiniones comunes, a encomendarnos enteramente al Señor”.
Estas palabras, acogidas con fe, “hacen que la oración por nuestros hermanos fallecidos sea verdaderamente cristiana” y nos permiten “tener una visión más real de su existencia: comprender el sentido y el valor del bien que han hecho, de su fortaleza, de su compromiso y de su amor desinteresados; comprender lo que significa vivir aspirando no a una patria terrena, sino a una mejor, es decir, la patria”.
Por tanto, la oración en sufragio por los difuntos, elevada en la confianza de que viven con Dios, “extiende así sus beneficios también a nosotros, peregrinos aquí en la tierra” y “nos educa para una auténtica visión de la vida; nos revela el sentido de las tribulaciones que debemos atravesar para entrar en el Reino de Dios; nos abre a la verdadera libertad, disponiéndonos a la búsqueda continua de los bienes eternos”.
Francisco concluyó su homilía pidiendo que recordemos con gratitud el testimonio de los cardenales y obispos difuntos “que vivieron en la fidelidad a la voluntad divina” y recemos por ellos “tratando de seguir su ejemplo”.